lunes, 19 de enero de 2015





EL HIMNO NACIONAL DE MÉXICO 


CADETE DEL COLEGIO MILITAR
MUERE POR DEFENDER LA PATRIA

Al comenzar este año del 2015, el Blog de la Academia de Hernán Cortés presenta con mucho gusto, este bello texto del Lic. Don Isaac Luis Velázquez y Morales, historiador, cronista y genealogista bien conocido en los medios intelectuales de la Ciudad de México, y miembro fundador de  esta Academia.
El presente texto, es indispensable para quienes se preocupan por saber la verdadera historia de la nación mexicana. Contiene datos ineditos sobre la personalidad de los autores del Himno Nacional Mexicano: don Francisco González Bocanegra autor del texto, y don Jaime Nunó y Roca autor de la parte musical.
Su aporte de los datos genealógicos de ambos autores es un complemento necesario para toda persona apasionada por la historia del pueblo mexicano católico e hispano que ha soportado con heroísmo casi 200 años de tiranía liberal masónica: Luis Ozden.


ALGUNAS REFLEXIONES ACERCA DEL HIMNO NACIONAL MEXICANO

El 28 de septiembre es una fecha triple y significativa.

La primera, nuestro México nació hace 190 años precisos como Estado nacional independiente, en su más amplia interpretación jurídica: La Junta Provisional Gubernativa, cuerpo legislativo soberano, conformado acorde al Plan de Iguala y al Tratado de Córdova, casi a esta misma hora, expedía en el Palacio Imperial, el Acta de Independencia del Imperio Mexicano. Documento que da fe legal del nacimiento de nuestra soberanía.

La segunda, apenas ayer, fueron 190 años cumplidos de la entrada del Ejército
Trigarante a la ciudad de México “…mañana inolvidable y gozosa para el pueblo mexicano…” según lo anotó Lucas Alamán.

Fechas determinantes de nuestro devenir histórico que no deben pasar ignoradas.

La tercera, nuestra Benemérita Sociedad recibe hoy, a su resguardo, una copia de la partitura del Himno Nacional impresa en el año de 1904, conmemorativo áureo de su estreno en 1854, gracias a la generosidad de la maestra Susana Buendía Benítez, presidente de nuestra correspondiente en el Estado de Guerrero

Era 1853, iniciaba un nuevo periodo de gobierno como presidente de México Antonio López de Santa Anna, discutida personalidad que llenó con su presencia en primer plano, más de 30 años de nuestra vida independiente en el siglo XIX. En ese, su último periodo, de los múltiples que ocupó la presidencia de México, algunos por brevísimos periodos, quizás aconsejado por el Ingeniero de Minas Don Joaquín Velázquez de León y Velázquez de León, titular del recién creado Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, autorizó a ese ministerio para convocar públicamente a la composición poética de un Himno Nacional. La invitación se publicó en el Diario Oficial del 14 de noviembre de 1853; la signaba, Miguel Lerdo de Tejada, Oficial Mayor del Ministerio de Fomento.


El jurado lo componían nada menos don José Bernardo Couto, como presidente, don Manuel Carpio y don José Joaquín Pesado, todos dignos representantes del intelecto literario de corte romántico del México decimonónico. Tanto estos tres personajes como el ingeniero Velázquez de León eran miembros de nuestra Sociedad.

De aquí, una hipótesis que me surge al voleo: La letra del Himno Nacional tuvo su génesis intelectual en el seno de nuestra Sociedad.

Veinticuatro composiciones fueron recibidas por el Ministerio, todas bajo seudónimo. El Diario Oficial del tres de febrero de 1854, el jurado dio a conocer su fallo: Correspondía el primer lugar a quien presentó su composición con el siguiente epígrafe:

  Volvamos al combate, a la venganza
y el que niegue su pecho a la esperanza,
   hunda en el fondo su cobarde frente
                                                                                               Quintana        

Al abrir los sobres, se reveló su nombre: Francisco González y Bocanegra, Yánez y Villalpando, natural de la insigne ciudad de San Luis del Potosí y bautizado en ella el 8 de enero de 1824.


FRANCISCO GONZÁLEZ BOCANEGRA

Su padre, José María González y Yánez, gaditano de los Reinos de Castilla, militar realista, que se unió al Ejército Trigarante y ya retirado, se dedicaba al comercio. Su madre, una noble criolla, María Francisca Bocanegra y Villalpando, natural del Real Pinos, en Zacatecas y proveniente de un linaje que tuvo presencia en Nueva España desde el siglo XVI.

Es importante consignar que Doña Francisca era hermana del licenciado Don José María Bocanegra, político ilustre que habría de ocupar cargos destacados en el gobierno de la naciente República, diputado al Congreso Constituyente de 1823 y a los Congresos de 1827 y 1828; ministro del Supremo Tribunal de Justicia, así como ministro de Relaciones Exteriores durante los gobiernos de Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero y Valentín Gómez Farías. Incluso ocupó interinamente la Presidencia de México del 18 al 23 de noviembre de 1829.

Cabe destacar que Don José María escribió las Memorias para la historia del Méjico independiente, 1822-1846, obra ésta, de imprescindible consulta para quienes estudiamos ese convulso siglo de nuestra historia.
 Al aplicarse la Ley de Expulsión de Españoles, la segunda de las tres, hubo de expatriarse la familia González. Don José María con su esposa y sus dos hijos, Francisco de cinco años y Luis, se trasladaron a Cádiz en 1829; no obstante que podrían haber salvado la aplicación de esta Ley (su esposa era criolla), se sometió a ella.

Fue hasta que España reconoció en 1836 la independencia de México, que los González Bocanegra regresaron a su provincial San Luis Potosí.

Con esa sensibilidad poética que emanaba ya de Francisco, escribió:

                        Vióme nacer el suelo mejicano,
                        La brisa me arrulló en sus pensiles,
                        Y el apacible cielo gaditano
                        Miró correr mis años infantiles.

Don Francisco se dedicó como su padre al comercio hasta su salida a radicar en la ciudad de México, hacia 1846, donde continúo sus labores comerciales, lo que no obstó para su incorporación a la Academia Literaria de San Juan de Letrán y al Liceo Hidalgo, donde encontró un ambiente que propició el mantener amistad con escritores de su época y avivar su declarada vocación por las letras y la poesía.

¿Cuánto no sufriría este sensible poeta al contemplar el cercenado territorio de su patria en 1848? Me pregunto y pienso, ¿Que era para el poeta, la Patria mutilada en su presente trágico y con un futuro incognoscible? De aquí el verso, proféticamente optimista, que nos es presente, cuando invoca al Altísimo:

México tiene un eterno destino escrito por Dios.

Como poeta, no era un improvisado. Había publicado desde 1846, su poemario Vida del corazón, en 1850, su Discurso sobre la poesía nacional y también en 1850, la Composición leída en la Alameda de Méjico, en el aniversario de las víctimas de la Patria, el 28 de septiembre de 1850, hacen precisamente 161 años. Acorde a su tiempo escribió un himno a Santa Ana y como un leal simpatizante del partido Conservador, en plena Guerra de Reforma, compuso un himno al general Miguel Miramón.

El poeta español José Zorrilla llegó a México en 1855. José Justo Gómez de la Cortina, el primer presidente de esta nuestra Benemérita Sociedad, le ofreció un espléndido banquete, al que concurrieron los personajes más representativos de la intelectualidad citadina; fue ocasión para que se iniciara una cordial amistad entre ambos poetas: el mexicano González Bocanegra y el sevillano autor de Don Juan Tenorio.
Ese mismo año de 1855, en la distribución de premios del Colegio Nacional de San Juan de Letrán y ante el ministro de Justicia, Benito Juárez, quien presidía el Acto, González Bocanegra declamó un poema alusivo de su autoría. Extracto este cuarteto, de actual interés:



                                   …¡oh juventud!, el cielo te destina
                                   para ser de tu Patria noble orgullo
                                   dándole para salvar su independencia
                                   Libertad y saber y una Creencia

Al siguiente año, 1856, en el Teatro Iturbide se estrenó con éxito, su drama Vasco Núñez de Balboa.

Sus múltiples poesías, de indudable género romántico según el estilo que imperó en la segunda mitad del siglo XIX y que iniciara en México, el tizayuquense Ignacio Rodríguez Galván, fueron publicadas en periódicos y revistas, lo mismo en La Ilustración Mexicana, de Ignacio Cumplido, que en La Cucarda, Presente amistoso y en el Diario Oficial del Supremo Gobierno, donde se publicó su poema póstumo el ya citado Himno a Miramón.

Un ejemplo de su lira, casi elegido al azar, que no me resisto a recitar es el siguiente cuarteto de su soneto

LA TARDE

Perdióse el sol detrás de la montaña
que se levanta altiva en Occidente,
y el soplo de las auras mansamente
mece las juncias y la débil caña.

Don Francisco tuvo como Musa de su lírica a la excelsa Elisa, a quien dice, en 1846:

Porque tú sola, alma mía,
puedes hacerme dichoso;
sola tú podrás un día,
dar a mi alma su alegría
y al corazón su reposo.

Elisa, fue en efecto el amor sublime que le acompañó hasta su muerte: Guadalupe González del Pino y Villalpando, la novia, la esposa y la viuda en el ostracismo oficial.
Hija de Don José González del Pino y de Doña Mariana Villalpando, prima hermana de Doña María Francisca, madre de Francisco. Casó con ella el 8 de junio de 1854. De su matrimonio nacieron cuatro hijas: Elisa, muerta en 1877 a sus 22 años; Guadalupe, casada con Juan Ignacio Serralde, de quien procede hasta nuestros días su numerosa descendencia. Falleció en 1893; María de Luz, quien profesó como Hermana de la Caridad y residió en Madrid. Falleció en 1908. Amado Nervo cuenta que cuando estuvo en Madrid, se le presentó con estas palabras “Soy mejicana. Mi padre fue don Francisco González Bocanegra, a quien sin duda habrá oído usted mentar”. La hija póstuma, Ángela, nacida en 1860, murió accidentalmente, al año siguiente.

Esta madre ejemplar, falleció en 1892. Su esposo, padre amoroso, esposo fiel, católico practicante, mexicano patriota, conservador sin dobleces, en síntesis: un hombre íntegro y ejemplar, había fallecido en 1861, contagiado de tifo, al estar escondido en el sótano de la casa de su tío José María. Número 36 de la calle de Tacuba, acosado por las facciones liberales (por cierto esa edificación muestra una digna fachada acaso reconstruida en los primeros años del siglo XX, milagrosamente conservada al lado oriente de la estación Allende del Metro, en su salida poniente de la acera norte). El poeta nacional fue uno más, de los mexicanos víctima de quienes han hecho caso omiso a la invocación de nuestro Canto Patrio:

Ya no más, de tus hijos la sangre
se derrame en contienda de hermanos,
sólo encuentra el acero en sus manos
quien tu nombre sagrado insultó.

Fue sepultado en el cementerio de San Fernando, donde permanecieron sus restos cuarenta años hasta que en 1901, la escritora Emilia Beltrán y Puga tuvo la iniciativa de exhumarlos para trasladarlos a un lugar más digno. El Ayuntamiento de la ciudad de México acordó la exhumación y su traslado al cementerio civil de Dolores para colocarlos en una fosa de primera clase a perpetuidad. El 23 de noviembre de 1901 se exhumaron los áridos, que fueron colocados en una urna ante la presencia de los regidores Jesús Galindo y Villa y Agustín Alfredo Núñez y del yerno del poeta, Juan Ignacio Serralde; su tránsito solemne al panteón de Dolores, fue presidido por el gobernador del Distrito Federal, Don Ramón Corral y por el presidente del Ayuntamiento de la ciudad de México, Don Guillermo de Landa y Escandón.

Una re-exhumación tuvo verificativo el 27 de septiembre de 1932 –aniversario de la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de México–. Los restos fueron colocados en la Rotonda de los Hombres –hoy de Personas– Ilustres. Una tercera exhumación se realizó en 1942, a la cual me referiré más adelante.

Son de sobra conocidas las circunstancias que acompañaron a la composición de la letra de nuestro canto nacional:

El poeta no se atrevía a concursar, para él, había otros vates más prestigiados ante los que tenía que competir. Su novia, la Elisa de sus sueños, preparó el ardid. En uno de los cuartos más escondidos de la casa del poeta, dispuso los útiles necesarios para escribir: tinta, plumas, papel. Le hizo entrar a la pieza y le encerró bajo llave, con la firme decisión de no dejarle salir si antes no le entregaba la composición poética patriótica. Convencido González Bocanegra, al cabo de unas cuatro horas, pasaba las hojas escritas a su prometida por debajo de la puerta.

Una vez que las leyó, y con la seguridad del triunfo en el Certamen, le liberó de ese fructífero secuestro.

Joaquín Antonio Peñalosa, biógrafo de Don Francisco, apunta: “El Himno Nacional es, así, romántico por su origen y épico por su destino y por su estilo; femenino y masculino a la par: humano”.

Da lástima que la casa de Santa Clara 6 donde nació el Poema Patrio, hoy la señalada con el número 48 de la calle de Tacuba del Centro Histórico, luzca un abandono criminal, si bien es un logro que no haya sucumbido por la piqueta que arrasa inmisericorde las edificaciones que dan lustre a nuestro pasado. Una tímida “plaquita” de mayólica escondida entre los artículos que exponen los comercios vecinos, da fe con letras minúsculas de este hecho histórico, con un dato falso, añade que en ella murió González Bocanegra.

Es una ignominia para los mexicanos que no se haya rescatado este inmueble para darle el lugar digno que merece dentro del Centro Histórico de la ciudad capital de México.


JAIME NUNÓ Y ROCA

Si bien estaba ya definido el triunfador de la letra del Himno Nacional, quedaba por componer la música que acompañaría a ese poema. El mismo 3 de febrero de 1854 se convocó a musicalizar la letra compuesta por González Bocanegra.

Aunque hubo un intento de musicalización de Juan Bottesini e interpretado por la soprano Enriqueta Montoya, no causó mayor emoción.

En agosto del mismo 1854, el Jurado compuesto por los músicos José Antonio Gómez, Agustín Balderas y Tomás León, después de analizar las 15 partituras presentadas por sendos concursantes, otorgó el primer lugar a quien había presentado en sobre cerrado y bajo el epígrafe “Dios y Libertad” con las iniciales J. N., una majestuosa composición que a su juicio declaró: “Hemos encontrado más originalidad y energía; mejor gusto y, por decirlo así, la creemos más popular, reuniendo a estas circunstancias la de su sencillo y buen efecto. Notamos con sentimiento que no se halla instrumentada; pero este, supuesto que no ha sido requisito para su presentación, lo podrá hacer su autor,...”

Al no presentarse el ignorado J. N., Lerdo de Tejada, Oficial Mayor del Ministerio de Fomento, le notificó mediante el Diario Oficial a presentarse comprobando debidamente ser el autor.

Nunó se presentó ante el Oficial Mayor, quien le declaró, en nombre de Su Alteza Serenísima, autor de la música del Himno que el gobierno adopta como Nacional, pero se le conminó a instrumentar su composición antes de terminar ese mes de agosto, para que lo tuvieran en estudio, las bandas militares y la orquesta del Gran Teatro. Santa Anna dispuso que para evitar alteraciones en la interpretación de la partitura, el mismo compositor la hiciera litografiar por su cuenta, ya que sería interpretada en las próximas fiestas nacionales.

En acatamiento a esta disposición, Nunó entregó a la Plaza Mayor del Ejército 260 ejemplares de la partitura y diez a la Dirección de Artillería.

Las notas fervientemente vigorosas que fueron plasmadas en el pautado papel, no eran improvisadas; nacían de un inmerso sentimiento nacionalista y libertario que Nunó identificaba y sólo él lo podía expresar, con la defensa heroica de su Gerona natal, ante la invasión del ejército gabacho de Napoleón. Al compenetrarse de la lírica del Poema y de los antecedentes heroicos de México, no dudo que algunos acordes de nuestro Himno, sean remembranza de cantos patrióticos catalanes, que es decir de la España inmortal.

Según los historiadores Cristian Canton Ferrer y Raquel Tovar Abad, quienes han presentado una bien cimentada biografía de Don Jaime (2010), el linaje Nunó de San Juan de las Abadesas, arranca, documentalmente del siglo XVI, con el genearca de ese linaje, Miquel Nonó, nacido hacia 1550, probablemente de familia que emigró a Cataluña, proveniente y originaria del Rosellón francés.
Estos mismos historiadores dan noticia de los antecedentes y aficiones musicales de los abadenses; citan a Joan Pussalgues, compositor del siglo XVII, en el siglo XVIII “…a tres miembros de la familia Guiu,…maestros de capilla y organistas en el monasterio local, en la catedral de Gerona e incluso en la Capilla Real de Madrid…”. Incluso en la familia Nonó destacaron Josep Nonó Torras (1776.1845), compositor de cámara de la casa del Duque de Osuna y de Fernando VII, Joan Nonó Blanch (1776-1863), organista del monasterio de San Juan de las Abadesas y Joan Nunó Roca, hermano de Jaime (1815-1888), organista y maestro de capilla del mismo monasterio y alcalde su pueblo natal.

El 7 de septiembre de 1824 vio la luz primera un niño, el hijo menor de los ocho que procreó el matrimonio formado por Fransec Nunó Font y Magdalena Roca Joncar, familia de escasos recursos “…que se dedicaba al procesamiento de la estameña, un tejido asargado de lana o estambre , generalmente negro utilizado para la confección de hábitos de órdenes religiosas…”, que habitaba una casa en las riveras del río Arccamala, afluente del Ter, sitio conocido como El Palmàs, que hoy en día, restaurado, “…alberga una exposición sobre la figura de Jaime Nunó y una sala de actos en su honor...”, nos informan sus biógrafos antes citados.

Huérfano de padre a sus cinco años, a causa del ataque de un animal ponzoñoso a Don Fransec y de una epidemia de cólera que asoló San Juan, su madre decidió emigrar a Barcelona hacia 1834, con su hijo Jaime de apenas nueve o diez años. Se ha especulado, con base en una hipótesis cimentada históricamente, que le dio alberge el escultor barcelonés Manuel Vilar Roca, su pariente, quien instalado en la ciudad de México hacia 1846 fue profesor en la escuela de San Carlos y autor de la magnífica escultura de Cristóbal Colón, erigida en la calle de Buenavista de esta misma ciudad.

A los pocos meses de vivir en Barcelona murió Doña Magdalena, también contagiada de cólera. Jaime, con una innata inclinación a la música, ingresó al coro de la catedral de Barcelona; el obispo vislumbró las dotes de adolescente Nunó y para madurar sus estudios lo envió a estudiar a Roma, con el maestro Saverio Mercadante. De regreso a la Ciudad Condal, fue nombrado Director de la Banda del Regimiento de la Reina con sede en La Habana de la isla de Cuba. Frisaba en sus 27 años.

En la isla, conoció a López de Santa Ana, exiliado voluntariamente de México, desde la ocupación del territorio mexicano por el ejército yanqui. Al escuchar sus interpretaciones, le prometió darle el cargo de Director de Bandas Militares, si acaso regresara a la presidencia de México, promesa que cumplió en 1853.

A la caída de Santa Ana por la revolución de Ayutla, Nunó emigró a Estados Unidos, donde residió hasta su muerte, acaecida en Bayside, Nueva York, el 18 de julio, curiosamente el mismo día del deceso del presidente Juárez, pero 36 años después, en 1908.

Pocos días antes, había declarado al periódico The Buffalo Evening News: “Siento toda la riqueza de tener dos naciones para amar como una: España y México.”

De su primer matrimonio, con Dolores Talo, en 1848, nació su hija Dolores (+ c.a. 1930); viudo contrajo segundas nupcias con Kate Cecilia Remington en 1873. Tres vástagos tuvo este matrimonio: Cecilia Madeleine, muerta en la infancia (1877-1880), Christine Mercedes (1881-1946) y James Francis Nunó (1874-1946), quien casó en 1904 con Gertrudis Selden Brown (1872-1952); su hija Gertrude Francis Nunó (1908-1996) fue esposa de Edwin Bradford Craigin (1900-1952), su hijo Edwin de los mismos apellidos que su padre, casó con Virginia Ann Murphy de quienes proceden Amy Bradford, Edwin, el tercero de su nombre y apellido y Susan Remington, los tres, sangre viva de Jaime Nunó en este siglo XXI.

Nunó estaba distante de ser sólo un insensible director de bandas ni un compositor improvisado. A sus quince años, en 1839, había escrito el Trisagio para coro y piano y se conocen numerosas composiciones inéditas, canciones para soprano y piano, obras corales, obras para piano, Te deums, entre otras

Al establecer contacto los historiadores catalanes Canton y Tovar con el bisnieto de Don Jaime, en los inicios de 2010, localizaron en su archivo, más de tres mil documentos entre cartas personales y oficiales, partituras, incluso la batuta que usaba en sus presentaciones, en fin un arsenal de información inédita, entre ellos, dos musicalizaciones a sendos poemas ingleses: The days that are no more (Los días de ya no están) de Alfred Tennyson y Ah! How sweet it is love (¡Ah! Como es dulce el amar) de John Dryden, obras que cincidentemente se estrenarán el próximo viernes 1° de octubre en el Palacio de las Bellas Artes. Una obra más que evoca a México, es el Adios a México cuya interpretación fue grabada en un disco compacto editado por CONACULTA, titulado Y la música se hizo mexicana.

Radicado en Estados Unidos, Nunó trabajó para varias compañías de ópera, dirigió la orquesta de ópera italiana y orquestas en Rochester y en Buffalo así mismo formó y dirigió un grupo coral que tuvo gran prestigio en la Unión Americana.

Durante la Exposición Universal de Buffalo, un periodista mexicano identificó casualmente, a quien se creía difunto. De inmediato lo comunicó al presidente Porfirio Díaz y como un grato gesto de agradecimiento le invitó a dirigir el Himno Nacional en las fiestas patrias de 1901, que aceptó Nunó.

Así, el 15 de septiembre, en la Plaza de la Constitución, frente al Palacio Nacional, dirigió nuevamente las bandas militares que interpretaron el Himno Nacional. Días después, acompañó al Ayuntamiento de la ciudad de México al homenaje que rindió a González Bocanegra en el panteón de San Fernando. Recibió dos mil pesos que le concedió el Congreso y una corona de oro.

Nuevamente, Díaz le reiteró la invitación para que participara en el quincuagésimo aniversario del estreno del Himno Nacional. Nunó acepto y honró con su presencia tal homenaje. De ese año, 1904, hago notar, data la partitura que desde este día acrecienta el valioso acervo de nuestra Sociedad.

Esa visita fue ocasión para que el longevo músico catalán-mexicano propusiera al presidente regresar a morir a México, contaba en su haber ochenta años. A cambio solicitaba un presupuesto para formar una compañía de conciertos. Surgió de inmediato la oposición de “músicos” que influyeron en Don Porfirio, por lo que Nunó, decepcionado, decidió regresar a la nación anglosajona. Comento: Con que limitada visión actuaron esos corpúsculos de mediocres, incluyendo al propio Porfirio Díaz. De haberse aceptado la propuesta de Nunó, México habría integrado desde los inicios del siglo XX, una orquesta de proyección internacional.


NUESTRO HIMNO NACIONAL MEXICANO

Al cabo de estas reflexiones biográficas acerca de los autores del canto patrio, queda sólo retomar el devenir histórico del Himno:

La noche del 15 de septiembre de 1854, fue interpretado por primera vez en el Teatro Santa Ana, después conocido como Teatro Nacional, ubicado en lo que hoy es el arroyo de la calle Cinco de Mayo, entre las calles de Bolívar y Motolínia. González Bocanegra, con su capacidad de orador, hizo la presentación. En ella, transcrita en el periódico El Siglo XIX, y que comenta Antonio Peñalosa: “…elogia a la par, al indio, al español y al mexicano, y se exalta a la nacionalidad de sus tres grandes cimientos: unión, religión e independencia.”

La soprano Claudina Fiorentini y el tenor Lorenzo Savi, con los coros de la compañía artística de René Mazon y Pedro Carbajal fueron dirigidos por Giovanni Bottesini.

Al día siguiente, 16, con la asistencia del presidente López de Santa Anna, la soprano Steffenone sustituyó a Claudina.

La rebelión del Plan de Ayutla (1° de marzo de 1854), su posterior triunfo, el arribo al poder del partido liberal, la guerra de Tres Años, la intervención francesa y el destino trágico del Segundo Imperio, fuero impedimentos insoslayables para que se interpretara el Canto Nacional por ambos bandos.

No quiero dejar de comentar que una película de índole patriótica de los años cuarenta, muestra a un Pedro Infante, casi moribundo, animando con las notas del Himno a los combatientes mexicanos en la batalla del 5 de Mayo de 1862. Es sólo una libertad novelesca.

Lo que es evidente, la identificación nacionalista de México, fruto positivo e indiscutible de la Revolución. Uno de sus logros, la revaloración del Himno Nacional.

El maestro potosino Julián Carrillo fue comisionado por la recién creada Dirección General de Cultura Estética de la también naciente Secretaría de Educación Pública
–aquí está presente José Vasconcelos–, para realizar un estudio pericial acerca del Himno. Su resultado, fue el rescate de la edición príncipe para canto y piano.

Algo inusual aconteció en 1942. El presidente Manuel Ávila Camacho dispuso que los restos mortales de Jaime Nunó y Roca fueran exhumados de su tumba en Forest Lawn para ser trasladados a su México querido. A la par, los restos de Francisco González Bocanegra fueron nuevamente exhumados para recibir el homenaje tantas veces olvidado. Ambos restos, dentro de dignas urnas, se fundieron, con los mexicanos, como antaño, en sus ideales de ¡Unión y Libertad! en la Plaza de la Constitución.

Ante ellos, el coro magno de la juventud mexicana cantó con majestuosidad el Himno Nacional. Inolvidable acto.

Con la solemnidad del caso, ambas urnas fueron trasladadas al cementerio de Dolores para ser re inhumados, eternamente unidos, en la Rotonda de las Personas Ilustres.

                                   “…un sepulcro para ellos de honor”

El veinte de octubre de 1942, el presidente Manuel Ávila Camacho reglamentó por vez primera el uso del Himno Nacional. Dispuso se entonaran el Coro y las estrofas I, IV, IX y X. Este decreto fue publicado en el Diario Oficial de la Federación en mayo de 1943. Dice en su exposición de motivos:

“Que el Himno Nacional es el canto de la Patria y alma de la nacionalidad, debiendo en consecuencia ser motivo de la respetuosa veneración de todos los habitantes del país.”

No debe de sorprender esta actitud, era Secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, intelectual impregnado de los ideales de José Vasconcelos, de quien fuera su secretario particular.

El presidente Miguel de la Madrid Hurtado, quien en su juventud se había hecho acreedor a un Premio Nacional de Oratoria con el tema del Himno Nacional, promovió ante el Congreso de la Unión, la expedición de la Ley de los Símbolos Nacionales, misma que fue aprobada por unanimidad y publicada en el Diario Oficial de la Federación del 8 de febrero de 1984. En ella se dan los lineamientos que deben regir la interpretación del Himno Nacional.

Dice uno de sus artículos, que es obligatoria la enseñanza del Himno Nacional en todos los planteles de educación preescolar, primaria y secundaria.

Ese mismo Decreto abre la interpretación oficial a cantar las estrofas V y VI:

Voces identificadas por un fanatismo iluso, que tratan de borrar el espíritu de vocación hispánica que nos identifica, han objetado en su cortedad de crítica, la letra y la música nacionales:

Las hacen aparecer como “creadas ambas por extranjeros”. Cuando ellos mismos llevan apellidos de origen peninsular y si les rascamos sus genealogías, escupen al cielo.

Otros objetan que el Himno es bélico y agresivo, obsoleto ante esta New Age. Para ellos les responden sus versos:

Ciña ¡oh Patria! tus sienes de oliva,
de la paz el arcángel divino…”

Es un canto colectivo para vivir en paz. Nada tiene de agresivo; ni contra España ni contra nuestros hermanos iberoamericanos ni contra pueblos extranjeros. Sí. Es expresivo y bélico, cuando dice:

Si a la lid contra hueste enemiga
                                   nos convoca la trompa guerrera,
                                   De Iturbide la sacra bandera
                                   ¡Mexicanos! Valientes seguid.

¿Habrá alguno de nosotros que si a la defensa de un agreste ataque a nuestra integridad soberana, no sigamos el Lábaro de Iguala, que por cierto tiene el lugar de  honor en esta nuestra Sede académica?

Pero confunde la estrofa que alaba a Santa Ana:

                                   Del guerrero inmortal de Zepoala
                                   Te defiende la trompa guerrera
…………………………………….

La reconocida historiadora Guadalupe Jiménez Codinach, da su respuesta:

“En realidad, el oficial mayor del Ministerio de Fomento, Miguel Lerdo de Tejada, era un reconocido liberal, más radical que otros e inspirador de las Leyes de Reforma de 1859 y de la política de Benito Juárez. La letra de Bocanegra no es una ‘loa al dictador’, pero sí nació en el momento en el que se conmemoraba el XXV aniversario del triunfo sobre el general español Isidro Barradas, un 11 de septiembre de 1829, batalla en la que uno de los generales victoriosos fue Santa Ana. A ese hecho se refiere la cuarta estrofa”.

Cuestiono: Si esa batalla fue un triunfo de los mexicanos contra una invasión de los gachupines, ¿Porque México ha olvidado ese logro y la Leyenda Negra contra España no la ha hecho resaltar?

Hay “intelectuales” que pregonan que nuestro Himno es obsoleto, que debe modificar su letra y por consiguiente su música.

Desde esta tribuna les cuestiono: Carecen de identidad Patria. Para ellos es mejor loar a dictaduras transitorias, que incluso han agredido a nuestra amplitud de miras como nación soberana. ¿Acaso la letra del canto de Rouget de L’Isle la consideran obsoleta los franceses, no obstante tener una edad 40 años mayor que nuestro Himno?

Me permito recordar ahora a Claudio Lenck, Cristián Caballero, llamado Manuel Emilio Ortega y Serralde, bisnieto de González Bocanegra. En mi adolescencia y juventud, me hizo recorrer el espectro de nuestra mexicanidad hecho Canto, himno a la manera de los cantores de la Grecia inmortal. Sus programas de radio no les olvido.


Me han dado tema para terminar, con los versos del numen de un sevillano, Gustavo Adolfo Bécquer:

                                   Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.


Centro Histórico de la Ciudad de México, D. F., 28 de septiembre de 2011
Isaac Luis Velázquez y Morales
Presidente de la Academia de Historia de la
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.

EDITÓ: Luis Ozden